Te escribo desde el dolor, con la tinta salada que
brota de mi mirada,
desde puertos en ruinas, calcinados, enmohecidos de
pesar y de añoranza.
Mis poros arden por la falta de ti, me abrasan mil
soles de ilusión de ti.
Te escribo mientras escucho el crujir
de mis vísceras, que se solidifican, mientras suena de fondo la música de tu ausencia.
Te escribo con los restos de vida que
me quedaron después que absorbiste casi todo cuanto me habitaba.
Te escribo desde la confusión, pues
no tengo la certeza de tu existencia de carne y hueso; no sé si mis
pensamientos, tan fecundos, te erigieron en medio de una nada blanca.
Me parece haberte visto ayer,
recorriendo las espesuras de uno de mis sueños, pero no me diste la cara,
huiste, extirpando lo poco que quedaba de mis entrañas.
Por favor, dime adiós,
no tengo yo la fuerza para hacerlo.
Dime adiós,
amputa dentro de mí, todo espectro o
imagen tuyos.
Despídete con un truco:
desaparece dentro del sombrero negro
del mago,
dilúyete entre el aire,
toma su característica: quédate invisible,
pero no me toques;
o vuélvete paloma,
y piérdete en las profundidades del
cielo.
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