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No quiero que amanezca: apreciaciones sobre el miedo




Para mí, el miedo es un monstruo invisible
que tiene más poder y fuerza que cualquier otro visible,
es una piedra gigante, que no se puede rodear y que impide ver los horizontes.
Una jugarreta eterna que se divierte a sus anchas con nuestros padecimientos,
una cortada descomunal que sangra a través de la mente,
un impulso oscuro que pulveriza todo a su paso.
El miedo es un afluente que fertiliza a la desesperación y al caos,
una sombra que inyecta ardor y penas en el pecho y en los ojos,
un malnacido que rocía ácido en las tripas y petrifica el corazón.
El miedo es un extintor que apaga sueños y vidas enteras,
es un agujero negro en plena atmósfera terrestre,
es el patrón de la zozobra,
es una especie de salto en el que se está siempre en vilo, porque nunca se toca fondo;
es la trampa más inteligente que jamás haya existido.
Es tan cabrón el hijo de puta, que cuando lo padezco, ruego para que amanezca y también para que no,
se alimenta de contradicción el muy desgraciado.
El miedo es como un grito que cuando se emite suena mudo, frustrante.
El miedo es el vómito asfixiante de la existencia.

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