“El
amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es
jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se
irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, más se goza de la
verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor
nunca deja de ser.” 1 de Corintios 13:
4-8
“Podrán cortar las
flores, pero no podrán detener la primavera” Pablo Neruda.
”Tengo un sueño, un
solo sueño, seguir soñando. Soñar con la libertad, soñar con la justicia, soñar
con la igualdad y ojalá ya no tuviera necesidad de soñarlas”. Martin Luther King.
“Si una bala entra en mi cerebro, que destruya las puertas de todos los
armarios, os pido que el movimiento continué porque no importa el beneficio
personal, ni el ego, ni el poder, sólo importa que las minorías estén ahí
arriba.” Harvey Milk (Milk)
“Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a
vosotros.” Juan 15: 18
“Y que no tengáis miedo de soñar como locos, hay realidad de sobra
para los cuerdos.” Sara Búho
¡Yo soy una ilusa! Creo que esa
es una de las pocas virtudes que tengo, o tal vez sea el mayor de mis defectos
(todo depende del ángulo desde el que se le mire), el caso es que sueño todo el
tiempo: mientras voy por la calle (a riesgo de ser atropellada :P), mientras
escucho música, mientras intento dormir por las noches, ¡mientras como! –Tengo
mucha suerte, porque todavía no se me ha torcido la boca-, mientras veo un
partido de fútbol o de tenis, mientras veo una serie o una novela… A veces
sueño con los pies bien puestos en la tierra, con una que otra lagrimilla en
los ojos, teniendo conciencia de que es posible que la vida no me alcance para tanta
cosa que quiero hacer. Otras veces, sueño sentada en una nube, siento como si
el mismísimo Dios me hablara y me asegurara que todo cuanto imagine y sueñe,
siempre y cuando sea bonito y no dañe a otros, tarde o temprano se me va a
cumplir.
De todos esos sueños, el que
espero poder tener la dicha de ver materializado, así sea una anciana de 88 o
de 100 años (me pasé de optimista, cosa rarísima en mí), es el de un
mundo que por fin logre comprender y vivir el significado de esa palabra que se
repite más de 200 veces en el libro sagrado de muchos: A-M-O-R.
Sueño
con un mundo en el que la diferencia se respete, con un mundo en el que una
persona no sea juzgada por su ORIENTACIÓN SEXUAL, su color de piel, su estrato
socio-económico, su sexo o su religión.
En
medio de mis reflexiones nocturnas o de madrugada, siempre hay un pensamiento
que levanta su mano en señal de presencia: qué horrible, aburrido y soso sería
este mundo si todos lleváramos la misma ropa, el mismo corte y color de cabello,
el mismo peinado; si todos tuviéramos la misma voz o el mismo color de ojos.
Qué feo sería que todos
tuviéramos el mismo tipo de nariz, el mismo tipo de boca y de orejas. Sería
terrible hablar con el mismo acento y el mismo idioma, y más terrible aún que
nos gustara un solo deporte, ¡la cantidad de gente no cabría en los estadios! Esta
sería una vida insoportable, una vida de seres repetidos… Básicamente haríamos
el amor con nosotros mismos para engendrar una y otra vez, un cuerpo con la
misma cara, los mismos pensamientos y los mismos sentimientos… Piénsalo por un
momentico (da escalofríos, ganas de vomitar, de salir corriendo).
Si
no existiese la diversidad, no tendríamos ni que ahorrar para viajar, porque en
cada ciudad, en cada pueblo, en cada municipio, en cada provincia, en cada
vereda, en cada estado de la Tierra entera, estarían las mismas Torres Eiffel,
los mismos Arcos del Triunfo, los mismos Panes de Azúcar, los mismos Cristos
Redentores, los mismos Coliseos. Podríamos apreciar la panorámica del Taj Mahal
con sólo salir a la terraza de la casa, o dar un paseito de media hora por la
Gran Muralla, que ya no sería de China.
La vida se resumiría con esta
frase del repertorio popular: “O todos en la cama, o todos en el suelo”, pero
si hay un lugar en toooda la galaxia, en el que no es válida esa premisa, es precisamente
en éste en que nos tocó vivir a ti y a mí.
Es frustrante saber que gran
parte de la población humana desprecia y humilla a las mal llamadas “minorías”.
Todos estamos atravesados por el filo de la imperfección, es una equivocación
garrafal juzgar a otros sólo porque son negros o amarillos, porque tienen
tatuajes o piercings, porque se besan y se acuestan con alguien que tiene sus
mismos genitales, o porque creen en la Ganesha y no en Jesús de Nazaret.
Lloré
de tristeza y asombro (del malo), porque mientras veía un capítulo de “Celia”,
vi que había un vagón del tren donde iban los protagonistas de la novela, en el
que se alcanzaba a leer un aviso que decía “pasajeros de color”.
Cuando
vi la película “The Help”, me sorprendió saber que la gente blanca de EEUU
pensaba que los afroamericanos transmitían enfermedades raras y por eso les
tenían baños y lavamanos bien apartados, para no infectarse… ¡Por Dios santo!
¡Por Dios santísimo!
Me
quedé de piedra cuando escuché en las noticias lo del muro que piensa construir
aquel tipo de pelo anaranjado.
Se
me revolvieron las tripas al conocer las atrocidades que cometió en su época,
la ideología nazi, en cabeza de Hitler, y me asusta el legado de odio y
segregación que sembró y que está latente en tantos corazones.
Todo
mi cableado cerebral se cruzó, me quedé perpleja, no supe si reírme o no,
cuando una de mis profesoras en la universidad nos dijo a mí y a mis compañeros,
que es ambidiestra, porque cuando ella era una niña, le amarraban la manito izquierda
para que aprendiera a escribir con la derecha, incluso recibió reglazos a causa
de su pequeño “defecto”. Hace unos cuantos años atrás, ser zurdo al parecer
representaba algún tipo de herejía. A B S U R D O a la enésima potencia.
Considero terribles y malditas aquellas
épocas en que existía la esclavitud, aquellos tiempos en que la mujer era
considerada como un ser tan inferior, que podía concebirse como una posesión
más de un hombre y no tenía derecho a expresar su opinión, a estudiar o a
votar, y en cambio era instada a cumplir su único destino posible: casarse,
parir, criar a sus hijos y ser la sirviente del señor de la casa.
Como los anteriores, podría
mencionar más ejemplos, pero creo que quien lee esto, tal vez no soportaría y
no llegaría hasta el final de este escrito.
Me
duele profundamente que en más de 13 países exista la pena de muerte para los
miembros de la comunidad LGBTI+ y que en otros 78 pertenecer a ella, sea
ilegal.
Me
duele la muerte de Sergio Urrego, me duele la masacre en el club Pulse de
Orlando. Me duele la muerte de aquellos que toman sus propias vidas, porque no
se sienten a salvo siendo lo que son.
Siento
en mis propias carnes las palizas que reciben aquellos que son vistos por otros
como bichos raros, frikis o abominaciones.
Me
duelen los comentarios de burla, asco y desprecio, de conocidos y ajenos a mí, hacia
una comunidad que sólo busca aceptación, paz, libertad y el ejercicio pleno de
los derechos que TODOS como seres humanos tenemos.
Me duele que creyentes y ateos,
que miembros de las familias apunten con el índice diciendo: “mira donde va el
maricón” o “mira, esa que va ahí es machorra” o “te quiero a metros de ese
degenerado”, escupen para arriba, pero no tienen ni la más mínima idea de que
les puede caer en la cara; tiran rocas en el techo de vidrio del vecino, pero
se les olvida que el de ellos está hecho del mismo material. Ellos son padres y
madres, tíos y tías, primos, hermanos, abuelos; y no saben si al pronunciar ese
tipo de comentarios se están convirtiendo en los autores materiales de la muerte
de algún miembro de sus familias.
Ahora,
si vamos a juzgarnos entre sí, vamos a hacerlo bien: hagamos también marchas en
contra de los esposos y esposas infieles, marchas en señal de repudio a los
mentirosos, envidiosos, lujuriosos, comelones y perezosos; en contra de los
progenitores que abandonan y maltratan física y verbalmente a sus hijos;
salgamos a marchar para darle una lección a los que se comen la torta antes del
recreo o para que destituyan a los políticos corruptos; para que los pedófilos,
asesinos y maltratadores reciban penas ejemplares.
Hagamos pancartas y consignas en
contra del sistema judicial, que condena o exime según el tamaño de la
billetera del que comete el delito.
Espero que no pasen muchos años,
para que mi sobrina, la menor (6 meses) que desde ya da muestras de gran
inteligencia, sienta el mismo asombro que yo sentí (al ver las escenas de “Celia”
y “The Help”, al enterarme de lo de mi profesora, de lo de Hitler y lo de Trump
y de la situación de la mujer); al saber que la comunidad LGBTI+ tuvo que
aguantar todo tipo de barbaridades y luchar en guerras de toda índole, para
dejar de llamarse “comunidad” y pertenecer con todas las de la ley a la
categoría de persona y ser humano, sin temor al rechazo, a la persecución, a
los sobrenombres, a las golpizas o a la pena de muerte.
Estas líneas van especialmente
dirigidas, con el mayor respeto, a aquellos que odian, maldicen, apartan,
marginan y rechazan a todo y a todos los que se desbordan de la “norma”. Para
aquellos que se valen de versículos bíblicos para tapar sus faltas y exponer
las ajenas. Esto NO ES una
invitación para que ustedes o sus hijos se conviertan en “desviados” (es física,
química, matemática y biológicamente imposible), o para que se los saquen a
vivir, o para que sientan lástima, ¡NO!
Es una invitación para que abran la mente y el corazón, para que dejen de
maltratar con sus palabras y empiecen a edificar con sus acciones. Es un
llamado, no para que “toleren” o “acepten” sino para que RESPETEN.
Me niego con todas mis fuerzas a
creer en un Dios que castiga y que toma venganza, entre otras cosas porque no es
Él el que castiga, sino que nosotros mismos nos infringimos ese autocastigo,
con las cosas malas que hacemos a otros, que se devuelven y nos dan el mismo
golpe que nosotros dimos, pero multiplicado por mil y un poquito más. Te lo
digo yo, que como mortal, he padecido en mi propia cara las trompadas del
karma.
Yo creo firmemente en un Dios Padre
Supremo que NO SE EQUIVOCA al crear a sus hijos y que no los juzga bajo ninguna
circunstancia, porque eso iría en contra de su esencia de padre amoroso e
incondicional, entonces, ¿Por qué tendríamos que hacerlo nosotros?
Yo creo en un Dios, que introdujo
en cada uno de nosotros, un gran pedazo de sí mismo. Creo en un Dios que ama
por sobre todas las cosas. Creo en un Dios que no se llama Dios, sino Amor.
¿Amén o Amen?
Kenia
M. Ortiz
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