De esta vida me iré con un corazón a reventar:
me llevaré la adrenalina y el frío de
manos, propio de las primeras veces,
guardaré en la memoria colectiva del
universo, la primera vez que me encontré con el mar y sus ojos color azul profundo;
aquel primer beso, improvisado y tembloroso,
que tuvo el poder suficiente para iluminar un callejón oscuro y sin encanto
alguno.
Me llevaré la imagen impecable del cielo
en un atardecer de brisa fresca,
la impresión de perfección que dejaron
en mis oídos el batir de las alas de mariposa,
la sonrisa de felicidad de un recién
nacido al ver el rostro de su madre.
Me llevaré el amor que sentí y las
caricias incondicionales de las manos que me gestaron en su vientre;
el nerviosismo que invadía a mi cuerpo
cada vez que me encontraba con ciertos ojos en cualquier avenida o calle de
esta pequeña ciudad.
Me llevaré el placer singular que sólo
da la música,
el sentimiento sin nombre que produce
compartir el alma y la piel con otra piel y otra alma;
la calma indescriptible que brinda un
encuentro con el silencio.
Me llevaré también la sal de las
lágrimas, tan necesarias y catárticas;
el dolor en las tripas propio de las
carcajadas extremas,
y los momentos de baile loco bajo los
afectos desinhibidores del alcohol.
Me llevaré las letras que creó mi mente
y aquellas que salieron a gritos de bocas ajenas,
la emoción de los nuevos aprendizajes y
la bella inocencia de la niñez,
la liberación que da la verdad y la
calidad de inesperado y sorpresivo de todas las cosas que valen la pena.
Me llevaré las veces que me enamoré en
la calle, en el bus, en un almacén de cadena o en una sala de espera;
la impotencia de no poder esconder el sonrojo
de mi cara, frente a las miradas fijas de la atracción o la vergüenza.
Me llevaré aquel sentir de nostalgia y
añoranza de tiempos pasados,
el sinsabor de aquellas cosas o personas
que pudieron ser, pero que al final no fueron;
el olor de la tierra tocada por la
lluvia y el perfume que susurra la hierba recién cortada.
Llevaré a cuestas el color y la textura,
extrañamente bellos, de los besos del amor.
Y por último, y no por eso menos, me
llevaré tu arma secreta, tu esencia, tu mayor fortaleza y mi peor debilidad: el
recuerdo, el matiz y la forma de tu mirada, las valiosas horas de vida que me proporcionó
el poder conocerla y el brillo y la ilusión que le contagiaste a una existencia
siempre rota y agónica.
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