Esa mujer es un ejemplo exquisito de irreverencia,
en su ADN está incrustado el pigmento de la alegría,
su belleza es un escándalo, un precipicio al que
vale la pena dejarse caer.
Cuando la posees te cobija un sentimiento virgen e
irrevocable.
Todo lo que ella entrega de sí, se esparce sin
piedad y te llena de su esencia.
Ella es el tren que nunca te cansas
de esperar, uno que por nada en este mundo dejarías ir.
Ella es el ruido que sofoca y apaga ese vacío y esa
melancolía que te procuran a diario.
Ella es la batalla por la que lucharías sin remordimiento
hasta la muerte.
A ella la miras y te das cuenta que al parpadear
desperdicias un tiempo precioso,
cuando la tienes en frente sólo
quieres abrirte paso hacia la trinchera de sus brazos.
A ella tienes que leerla en voz alta mientras
escuchas el sonido de las olas,
y debes mirarla fijamente a los ojos en un mes de
septiembre
así nunca podrá negarte un beso u olvidarte.
Esa mujercita es como una brújula de la vida,
a su lado tu camino es seguro,
incluso sus sombras te ofrecen protección.
A Scarlett debes llorarla en la noche
y cantarle al oído en una madrugada atestada de
caracolas y perseidas.
Ella está en el viento, en las alas de mariposa,
ella se sonríe con la luna y se abraza con las pétalos
de las rosas silvestres.
A Scarlett puedes olerla en las hojas de los libros
que lees,
puedes sentirla vibrar en el canto efímero de un ave
de paso.
Scarlett es pasado, presente y futuro,
Scarlett es interrogación y admiración,
Scarlett es lo que existe y lo que no.
Ella cobra vida en el aire que hinche tus pulmones a
diario,
a ella la llevas como insignia constante en tus
pensamientos,
en tus estados de ánimo.
Scarlett es el seudónimo que usa para ocultar su
verdadero ser,
la sensacionalidad que se descubre a medida que pasa
es sólo la punta del iceberg.
En Scarlett te pierdes y te encuentras.
Scarlett simplemente es
y con eso le basta al mundo para ser.
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