Él la amó.
Ella lo ama.
Su amor no sobrevivirá…
En una cama de hospital,
bajo un coma inducido,
yace tan gélido como un témpano de
melancolía,
aquel amor que se hizo presente
en una triste calenda, indigna de recuerdo.
Las nubes de ese día emitían un llanto
tenue y pausado,
el mismísimo cielo sentía tristeza,
el tono gris con el que se vistieron los
cúmulos,
pronosticaba que aquello no acabaría
bien.
La maquinaria acorazada incrustada en el
pecho de aquel hombre,
empezó a latir por una tentación
extranjera,
dejando a su antigua amada, perdida
entre las grises ruinas
de lo que algún día se llamó amor.
Ella debe extinguirlo de sus
pensamientos,
debe hacerlo por la sobrevivencia de los
bellos seres alados que ahora viven no sólo en su estómago, sino en cada poro
de su piel,
debe hacerlo si no quiere que las
mariposas se conviertan en oxidados alfileres
que terminen por infectar su corazón de
un incurable desamor,
de un desamor tan oscuro y tan lúgubre y
tan frío como las entrañas de aquel ser que la abandonó.
Él disfruta de otros besos
mientras ella llora recordando los suyos
¿Cómo acabará todo esto?
Caminaron por la tierra unos cuantos
amaneceres,
varios puñados de auroras y lunas nuevas
se vieron reflejados
a través de los ojos húmedos de soledad
de aquella mujer.
Un día cualquiera,
él amaneció convertido en un desierto en
el que se ahogaba de sed,
sus pupilas dedicaron un torrencial
aguacero de amargura
a aquella aventura foránea que se fue sin
previo aviso,
un aguacero que hasta el día de hoy
riega gotas de desolación sobre sus días,
un taciturno aguacero que lo ha convertido
en un enorme pozo de escombros y lamentos.
Y cambia la historia:
Él la ama.
Ella lo olvidó.
Su amor acaba de morir.
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